Hoy es viernes, son las 17:35 y estoy perdiendo la merecida siesta por comprobar unas cuestiones epistemológicas fundamentales por Internet. Ha sonado bien, ¿eh? Pues menos lobos, Caperucita, que no es para tanto lo de eliminar el tema 13 del examen de Historia de la Psicología. A menos que, oh sorpresa, también eliminen el tema 14, cosa que me empieza a gustar, tanto por epistemológica como por fundamental, y más por lo segundo, que lo primero aún trato de entender qué significa.
El caso es que estaba surfeando por esas páginas de Dios cuando he empezado a repasar la semana. Y qué semana.
Debería ser suficiente subrayar que mi cabeza no ha tenido otra preocupación que el examen de esta mañana sobre diversos aspectos del desarrollo infantil dentro de la Psicología Evolutiva. El gusanillo que te hace cosquillas en los intestinos comienza a trabajar una semana antes, cuando ya hay poco margen de maniobra y uno tiene que dedicarse a recoger lo sembrado: memorizar esquemas, repasar resúmenes, aprender aquello que ya debería estar mirado, leído, subrayado y sintetizado… Pero en una vida tan ocupada como la de un zorro volador, llegar así a la última semana sólo ocurre si estás soñando. No. A mí me quedaban dos temas por leer, nueve por resumir, cuatro lecturas adicionales y encender un cirio a San Críspulo. Según mi programación, podría llegar a tiempo para terminar el jueves con el estudio pendiente, ahorrándome lo de la vela, y en esas me puse.
Pero Emma me llama el lunes, desde no sé qué departamento de la Cadena Ser, para decirme que he sido finalista del concurso de microrrelatos (ver entradas anteriores), y ya paso todo el santo día con la cabeza entre el estudio pendiente y el cuento de la lechera («si gano esta semana, y gano este mes, y gano el concurso, con los 6000 eurillos me compro un clip, que luego cambio por una tostadora, ésta por un utilitario, éste por un apartamento en Menorca…»).
El martes me vuelve a llamar para ponerme con Francino y decir «Buenos días», «Estoy como el compañero anterior, sorprendido», «Voto a Mauricio, el de las hermanas», «Adiós»; vivir un momento interesante y curioso en mi vida (salir brevemente por la radio a nivel nacional); sentirme orgulloso de haber pasado una criba entre muchos relatos sin saber exactamente por qué (mi microcuento era más un gag de una serie de televisión que algo literario), tener el triunfo cerca, recibir llamadas y mensajes de los cercanos, sentirme un poco querido por ellos y haberlos tenido pegados a la radio (mamás, papás, amigos…). Vamos, un día sobre todo emotivo. Y ponte a estudiar después, juas!
El miércoles, pasadas las emociones del día anterior, uno se centra más en sus deberes, pero van y le plantan una final de la Champios entre ingleses de fútbol ágil y a veces vistoso. ¿Por qué renunciar?
El jueves, por fin, uno aprovecha las horas sin entretenimientos ni emociones para finiquitar aquello que planificó a principios de semana. Pero antes, ha tenido que dejar la tarea crítica que le habían pedido apañar en el trabajo para pasar a otra que no puede esperar y, entre medias, escribir unas líneas a los socios de la ongd a modo de carta-invitación a las próximas actividades. Un día de mucha presión, la verdad, pero nada que un z.v. no sea capaz de sacar adelante. O atrás.
Y hoy, día D. Quedada con «mi primo» para volar a Palencia, hacer un repaso final en la estupenda biblioteca de CajaDuero, entrar en el examen, responder y no responder, salir satisfecho y regresar a casita deseando echarme la siesta para recuperar un poco el ritmo normal de vida. Pero no ha sido así: hay otro examen en quince días y yo estoy consultando cuestiones epistemológicas fundamentales en Internet sobre qué parte de la materia no va a caer… Una semana en la vida del zorro.
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